Fuente imagen: Quartier Zukunft

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Fuente imagen: Quartier Zukunft

Hola,
Me llamo Bügel y soy alemana. El barrio donde vivo me gusta mucho. Está cada vez más lleno de vida, con estudiantes y cafés donde tomar algo escuchando música o leyendo un libro. Ya sé, los españoles pensáis que nuestras ciudades son aburridas y mi barrio es uno más de tantos en Alemania, no tiene nada especial. Pero para nada es así. ¡Ah! y también contra lo que pensáis, yo aquí en Alemania paso mucho calor. Sí, sí, mucho. Aunque algo tiene que ver mi trabajo, que no es nada fácil.

De todo ese dinamismo hace un tiempo surgió un grupo de gente que quiere hacer de nuestro barrio un barrio sostenible y participativo. Que entre todas construyamos un proyecto de futuro. Que las vecinas podamos decidir cómo queremos que sea nuestro barrio y sus espacios públicos. Que digamos cómo no queremos que sea.

Pese a todas esas buenas noticias a mi alrededor yo, sin embargo, no estaba pasando una buena racha. Empecé a tener problemas de salud. Al principio era poco (unas goteras como dicen las personas mayores), pero fueron yendo a más. Hasta tuve que dejar de trabajar.

Es verdad que en mi trabajo hace calor y que es un poco monótono: atrás, adelante, atrás, adelante, echar vapor, atrás, adelante, vapor… Pero una de las cosas que me gustan de él es que se ponen a charlar a mi lado y así me entero de todo. A veces también cantan o sólo ven la televisión mientras yo trabajo, pero prefiero oír historias.

Y últimamente oía mucho que ahora las cosas se tiran a la basura en cuanto fallan un poco. “Ya no duran las cosas como antes”, dicen. O “esto no tiene arreglo, tíralo ya”. También muchas veces tiran las cosas aunque funcionen, sólo por tener una nueva… Qué pena. Yo entonces pensaba en mis goteras, en mis problemas de salud y en que aunque no soy muy vieja ya no voy a la última moda. Y me imagino que sólo por eso en mi casa decidieran que ya no me quieren más. ¡Qué triste sería!

Pues en mi barrio han decidido que quieren cambiar eso, y que no se creen todo lo que nos cuentan y que sí que se pueden arreglar cosas. Resulta que las podemos arreglar juntas, aprendiendo unas de otras, y compartiendo una tarde muy divertida. Por eso han organizado un “Reparatur Cafe”.

En un edificio público del barrio, una tarde, todas podían llevar cosas que ya no funcionaban del todo bien. Allí había gente que quería ayudar a las demás y que sabía arreglar algo o tenía herramientas para prestar o simplemente había llevado una tarta o unas galletas para compartirlas. Y la gente del barrio se fue acercando.

Una familia vino con dos portátiles rotos ¡dos! Y unos chicos les echaron una mano. Una mujer mayor vino a traer su batidora que ya no batía nada. Y resulta que en el barrio había un físico nuclear jubilado, y se puso a mirar las resistencias y condensadores y hablaba con un universitario sobre qué habría que hacer, y dónde medir, hasta que entre los dos encontraron el problema y aquello daba vueltas listo para hacer un buen batido. La mujer se reía mucho viendo a los dos reparadores…

Vinieron muchas a traer bicis: una luz que no enciende, un cambio que no va bien… Un chico joven trajo una pala, sí, sí, las palas se averían: se le había partido el palo que estaba podrido e hinchado por la lluvia y ahora no podía sacarlo para poner uno nuevo. Y claro, en casa no tenía herramientas. También había gente que arreglaba ropa… sí sí se puede arreglar un bolsillo roto en vez de tirar el pantalón. Tenían máquinas de coser y ayudaban a todo el que pasara con un dobladillo por coger.

Y yo que creía que sólo iba de visita, también recibí ayuda. Una chica me miró bien: parecía médico. Tenía aparatos para medir no sé qué cosas… Me observaba por todos lados y me dijo que me pusiera a trabajar, que quería verme en acción: y me puse a moverme atrás y adelante y a probar con el vapor, y claro, no podía. Y me volvía a mirar. Y vino a ayudarle un señor que trabajaba en una fábrica de televisores. Hasta que se pusieron muy contentos ¡ya está! ¡Es eso sí sí sí! ¡ya te decía yo!

Y sacaron sus instrumentos, como bisturíes. Y me cambiaron una junta y un termostato. Yo no sé qué son esas cosas, pero antes ya no me calentaba bien y el agua se me iba en vez de salir haciendo vapor como a mí me gusta. Y claro, así no podía quitar esas arrugas tan feas. Y entonces me volvieron a pedir que me pusiera a trabajar, y ahora sí: atrás, adelante, atrás, adelante, vapor, atrás, adelante, vapor (¡cómo salía!), otra arruga menos, atrás, adelante…

Mi familia tan contenta de poder seguir usándome, y yo más todavía de que no me tiraran a un triste punto limpio o quién sabe si a un simple contenedor, lleno de basura, o que acabara en un río…

Y aunque algunas cosas no se arreglaron, otras como yo sí. Y en el Reparatur Cafe conocí a mucha gente del barrio, charlamos sobre las cosas buenas, los problemas que hay y también sobre cómo queríamos que fuera nuestro barrio en el futuro y sobre cómo ayudarnos unas a otras y nos tomamos nuestro café y los bizcochos que habían traído.
Esta es la gente que quieren transformar mi barrio (Quartier Zukunft) pero también participaron asociaciones como GWÖ (Economía del Bien Común Karlsruhe) o Karlsruhe en Transición.

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